jueves, 29 de enero de 2009
Sabes que existen momentos que se ven venir, otras veces es la sincronicidad de los elementos los que construyen la realidad y te sorprendes de la exactitud del encuentro.
Al reconocer el desierto el nómada ansía dar cuerpo real al espejismo que descubre a lo lejos, lo mismo ocurre en la contemplación del jardín, allí se prefigura el deseo de un jardín perdido y seguramente recuperable, esto era la Arcadia, un jardín recuperable.Lo descubrirás como un universo en expansión a pesar de los muros que lo rodean. Son espacios abiertos y no necesitan ser medidos, en 1348, año de la epidemia en la que Petrarca perdió a tantos amigos, Boccaccio se retira a una parcela de tierra, casi una pradera, cuya hierba “esta incrustada de un millar de flores diferentes” para contar sus relatos a sus amigos, los está esperando y su huerto rebosa de rosas blancas, mientras “la peste supura al otro lado de la tapia del jardín”.
Esta escena , quizá sea la que está conmemorada en una de las primeras pinturas de un grupo en un jardín, el fresco del Campo Santo, conocido en el XIX como obra de Orcagna pero que, de hecho, es de un seguidor, como señala Kenneth Clark, desconocido del grupo de los Lorenzetti, un pisano. Un grupo de jóvenes hacen una fiesta, sentados bajo los árboles ,con una alfombra de flores a sus pies, hay instrumentos musicales y están haciendo música y se miran. Petrarca fue el jardinero por excelencia, en el sentido moderno, todo un símbolo. Se marchó a la soledad de Vaucluse no, como lo hubiera hecho un cartujo, para aquello de la Noche activa del Sentido, sino para disfrutar de la tierra y su paisaje. Escribe a un amigo: “…quisiera que supieras, con qué alegría vagabundeo, libre y solo por entre los montes, bosques y riachuelos…”Fue el primer hombre que escaló una montaña por el mero placer de hacerlo, disfrutar del panorama y descubrir aquello que encierra todos los nombres. Ya sabemos como termina la excursión y su importancia en la historia.
Quiero que retengas otra fecha, alrededor de 1400, aparece el Hortus Conclusus, el tema del jardín cerrado, la Madonna se sienta en el suelo y su Hijo juega con los pájaros. Jardín pequeño, sólo un símbolo de recinto. Nosotros tenemos a Pedro Soto de Rojas con su “paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos” y yo tengo a mi jardín de montaña, en la Alpujarra de la Sierra, donde cultivo un jardín, nunca cerrado, me encanta abrirlo para los que nos visitan, donde, cómo diría Soto de Rojas, “ a toda flor le pareció delirio” la armonía de plantas que conviven de un modo tan salvaje y desorganizado a pesar de los incesantes cuidados. Sincronía, sorpresas, floraciones inesperadas como la del verano pasado: los lirios blancos que aparecieron de la noche a la mañana en plena canícula de Agosto.
Son epifanías, como te decía, en el sentido de Joyce que la entiende como la revelación del misterio, de algo trascendente a partir de un hecho cotidiano y recuerda al artista la responsabilidad que tiene de captar, de estar alerta y registrarlas, con sumo cuidado, pues a través de estas epifanías se llega a lo que él llamaba el “eón incorruptible del espíritu”.
La epifanía en mi jardín aparece y me lleva a descubrir, primero, lo real manifiesto y luego a definirlo a través del discurso plástico: “la gran epifanía de una estructura cósmica, paradisíaca, resuelta como pintura”, ya sabes ,porque lo has visto, que el trazo libre traduce la forma y luego se va velando bajo muchas capas de color líquido, el color lleva a la plenitud. Recuerdo aquello de Aristóteles y que ahora aplico a mi manera de trabajar: “mezcla de sensación y memoria y a veces la mente ve lo que todavía el ojo no ha visto”.
Por otra parte reconozco que traslado a la forma concreta, la que tengo ante los ojos, lo que es inmaterial e intrínseco a ella. Dibujo el contorno y dejo libre, vacío, o lleno, según se mire, el dintorno. El dibujo desvela el trazo de unión entre dos mundos, la estructura visible y el espíritu de la planta. Llegados a este punto se convierte en un elemento privilegiado de la creación, se aprehende, se incorpora y se vierte sobre el papel como un pensamiento visual en el que la emoción corrige la forma y la transforma. No representa la naturaleza sino lo que me hace vivir junto a ella. Y, además, se transmite la atmósfera que rodea al objeto.
No es reconocer la medida del estanque, su profundidad y sombras sino descubrir la increíble posibilidad de habitarlo, este jardín con su acequia y sus setos, la alberca necesita de la mano del pintor, del dibujante porque desea aparecer, epifanía y pasar a existir dentro del que la mira, por eso no es “decorativa” ni remite a un orden fácil o conocido, se trata de dibujar desde donde no se sabe hacia un modo distinto de ver el mundo.
Todos los pintores que conozco dan a luz un universo nuevo, cada vez que visitamos la Alhambra, las pinturas de Miguel Rodríguez Acosta nos han dejado una impronta que nos hace verla transfigurada, al igual ya nadie ve los almendros igual que antes que Van Gogh los pintara. Me viene ahora a la memoria el último cuadro que Bonnard pintó en su vida “un almendro en flor”, unos meses antes de yo naciera.
Finalmente, quiero darte una clave, nacida en el mundo de la lingüística y que se la debo a María Izquierdo Rojo, ella me la enseñó, aquel año en su clase fue el más importante en ese ir poniendo las bases de un discurso plástico, ella nunca lo supo y la plástica no era su objetivo , tampoco yo se lo podía decir porque no venía a cuento. Aquel Pedro no era sólo un alumno, ya estaba pintando y faltaban un par de años para la primera exposición. Recuerda : Isomorfismo, aquí está la clave para ver, interpretar y conocer mi forma de dibujar y pintar.
Hasta otro rato.
Enero 28 -2009, Pedro Garciarias,8.30 del invierno de Granada
¿Cuál es tu espacio germinativo?
¿Cuál es tu espacio germinativo? “peindre non la chose,mais l´effet qu´elle produit”, MALLARMÉ
Voy a hablarte de mi imaginario, el lugar de mis referencias, al fin y al cabo, dibujar el jardín, pintarlo requiere mucho trabajo, paciencia, silencio, confianza, sonido interior, si tuviera que aconsejar una estrategia para trabajarlo, empezaría por palpar la tierra, luego cogería el lápiz y muy libremente, lo más hermosamente que pudiera, enloquecidamente, como con fiebre, como escribió Van Gogh en Septiembre 1889: “ I´m working like one actually possesed more tan ever, I must have work furiously, I´m in a sudden fit of enthusiasm”, haría recorrer al lápiz toda la superficie y después dejaría que el vacío apareciera con su singular perfección, dejaría que las sombras ocupasen el lugar que nadie espera, lejos de la prisión de lo sabido y que el color, al final, se derramase con aquella técnica de los pintores chinos del S.XVIII, “p´omo-i-pin” que gustaba tanto a José Guerrero que un día derramando una copa de vino sobre un mantel de papel dijo: “pintar es esto…” y la vertió como si fuera una acuarela. Esta duración del color en la retina es delicada, precaria y puede evaporarse. Suele llamar a otros sonidos, timbres cromáticos aliados, como aquella danza profana, de Debussy, para cuerdas. Con ella la pincelada borrará los perfiles del dibujo y los gestos trazados, ahora coloreados, bajo la aguada, como un palimpsesto. Se elaboraría así un ritual que lleve al espectador a integrarse en el ojo iluminado de la naturaleza, hablaríamos con la mano y luego, tú, escucharías con los ojos lo que mi mano dejó sobre el papel de algodón, sería , usando una imagen muy viva, como recibir un beso del jardín y en su saliva encontrar la iluminación, el satori.
La aproximación a la naturaleza en pintura es una cuestión de voluntad, de dentro hacia afuera, no es causalidad-efecto ni simple instinto. La imagen de mi jardín se construye a base de memoria y color, jardín es la forma de la mente, llevas el paisaje contigo y se orquesta en una triple estructura: intención, energía, emoción o con esta otra triple orquestación que me enseñaba Elsa Galle-Dehennin: sustantividad, soledad, independencia. Las sensaciones del paisaje destiladas por la emoción se convierten en algo así como una visión de exploración, en luz contrastada. Que hay una respuesta personal al paisaje, por supuesto, pero no copiamos: ante la visión del sol que se filtra a través de los pámpanos, esta objetividad destila del sentimiento visual de la naturaleza, la esencia de la caída de una hoja seca por el calor del sol hasta la verde transparencia de las hojas nuevas. Los elementos orgánicos configuran tu trabajo, el cerebro que lleva tu mano, los hace surgir y descender en la misma medida que esos ritmos naturales que estás observando sobre tu cabeza. No persigo la descripción directa aunque tenga en cuenta atmósfera y espacio. Ves la aparición del mundo material y te empapa. No espero que se vean árboles, fuentes o flores, ni la acequia, no intento hacer un objeto ni reproducirlo. Pero sí que de alguna manera se les sienta, decía antes que es una experiencia de dentro hacia afuera, como se padece el éxtasis, su naturaleza es siempre interior: es la mente del ojo que mira y te arrastra. Tampoco sería tan etérea que oculte la respiración y fuerza vital, el gesto, como les ocurría a los calígrafos de la época Tang, deben hacer sentir su fuerza, músculo, hueso y tendones junto con la fluidez que mana del espíritu interior. Tiziano calificaba sus obras como “poesías”; todos los pintores debemos tener en cuenta , no el mercado del arte, sino la gran historia y debemos ser capaces de aprovechar las energías latentes de todos los períodos de la pintura en el tiempo que anteceden al momento concreto en que pintas y liberarlas de cualquier posible peso histórico o servidumbre, así, línea, color, composición y gesto expresan tu energía personal, tu propio qi.
Te estoy hablando como pintor, desde la visión interpretada de mi imaginario y así la pincelada trasciende el absurdo conflicto entre dibujo y color, entre icono y campo de color. Llevo ya treinta y dos años pintando exclusivamente el jardín, siempre el jardín granadino, el jardín de montaña en Yegen, a pesar de que en algún momento haya pintado los de Aranjuez o los de la Villa de Tibur. Y como en una inmensa vidriera la geometría del color se desborda y el jardín es un caleidoscopio de colores, rosas, grises tocados de verdes, amarillos ocres y ese resplandor nacarado que hacía escribir a nuestro Federico, en una carta a Melchor Fernández Almagro, en el otoño de 1921: “hoy me doy cuenta en medio de este crepúsculo gris y nácar de que vivo en una Atlántida maravillosa”.
El jardín siempre nos colorea, miramos, pero sólo el ojo del corazón percibe la saturación del color y esta es la razón por la que venimos a un jardín: para ser coloreados que deja su huella en todo el ser. Esto lo afirmaba Ramón Pérez de Ayala al escribir sobre Santiago Rusiñol: “ al pintar el jardín se poetiza el medio y se ofrece un espacio para que el espíritu pueda deslizarse en silencio, como paseando”.
De aquí que en esta filosofía de la contemplación de un jardín, aparezca la pregunta crucial:¿quién soy?, ¿soy, quizás, lo que amo?, ¿me miran los ojos del Otro?, vestidos de hermosura, o cuando me mira, ¿soy el Otro?, podríamos recordar el Cántico Espiritual de Juan de la Cruz y aquellas estrofas escritas en la colina de los Mártires. El jardín es, además, lugar de reconstrucción interior, del interior del espíritu al exterior de nuestro hábitat. Ibn Zaydun acostumbraba colocar en el pavimento, apoyados sobre los azulejos, ramos de amapolas, mezcladas con el verde de la albahaca y el hinojo, atadas con cordones de seda. Podemos preguntarnos sobre la finalidad del jardín, ¿para qué nos sirve?, ¿soñar, olvidar la muerte, lo efímero de nuestro tiempo? O para pensar que somos mortales en la plenitud del momento efímero más bello?, vencemos la muerte con la pintura, palpamos sus flores, al respirar las olemos, nos embriagamos y, sin duda, seremos capaces de sentir la música de las hojas en la yema de los dedos.
Sabes que he dividido los temas en cada exposición, cipreses, pérgolas, acequias, aljibes, rosaledas, glicinas, setos de calas, los naranjos del Patio de Machuca o el rosal amarillo del Templo de Psiquis en la Fundación Rodríguez Acosta. Al mediodía desprenden color y olor, una sinestesia: el olor tiene color.
Las líneas subrayan la emoción que nos deja el paisaje. Respecto a la esencia vital de mis jardines, el elemento básico es el agua, no un agua ruidosa, como en cascada o en el estruendo de un surtidor, yo utilizo el agua como un espejo en extensión, como un lento hundimiento en ella, la delgada lámina del agua, reflejan su ligero murmullo invita al descanso rodeados de todos los sentidos. Las doctrinas taoístas no se cansaron de afirmar la correspondencia entre las aguas del mar y los arroyos, el mar es el corazón y a él confluyen todas las aguas sin llenarlo, todas las aguas salen de él sin vaciarlo, así escribía Chuang-Tse. Este es el motivo de mi obsesión por el jardín, he aquí por qué voy al mar del jardín.
Pedro Garciarias
sábado, 24 de enero de 2009
YEGEN,el lugar donde nacen las pinturas:Un jardín en Edén
Yegen, un jardín en Edén
Yegen - Granada
Yegen, localidad perteneciente a la Alpujarra de la Sierra granadina, goza de la característica esencial que define a los pueblos alpujarreños: una arquitectura singular en sus viviendas, perfectamente adaptadas a lo quebrado del terreno y a la climatología de la zona, que se ordenan en estrechas calles donde perdura la memoria de su pasado.Una comarca única en el solar peninsular, escalón natural entre la costa mediterránea y Sierra Nevada. En este corazón de la Alpujarra granadina, donde se encuentra su estudio de verano, el artista Pedro Garciarias me comenta que allí nace su pintura.