¿Cuál es tu espacio germinativo? “peindre non la chose,mais l´effet qu´elle produit”, MALLARMÉ
Voy a hablarte de mi imaginario, el lugar de mis referencias, al fin y al cabo, dibujar el jardín, pintarlo requiere mucho trabajo, paciencia, silencio, confianza, sonido interior, si tuviera que aconsejar una estrategia para trabajarlo, empezaría por palpar la tierra, luego cogería el lápiz y muy libremente, lo más hermosamente que pudiera, enloquecidamente, como con fiebre, como escribió Van Gogh en Septiembre 1889: “ I´m working like one actually possesed more tan ever, I must have work furiously, I´m in a sudden fit of enthusiasm”, haría recorrer al lápiz toda la superficie y después dejaría que el vacío apareciera con su singular perfección, dejaría que las sombras ocupasen el lugar que nadie espera, lejos de la prisión de lo sabido y que el color, al final, se derramase con aquella técnica de los pintores chinos del S.XVIII, “p´omo-i-pin” que gustaba tanto a José Guerrero que un día derramando una copa de vino sobre un mantel de papel dijo: “pintar es esto…” y la vertió como si fuera una acuarela. Esta duración del color en la retina es delicada, precaria y puede evaporarse. Suele llamar a otros sonidos, timbres cromáticos aliados, como aquella danza profana, de Debussy, para cuerdas. Con ella la pincelada borrará los perfiles del dibujo y los gestos trazados, ahora coloreados, bajo la aguada, como un palimpsesto. Se elaboraría así un ritual que lleve al espectador a integrarse en el ojo iluminado de la naturaleza, hablaríamos con la mano y luego, tú, escucharías con los ojos lo que mi mano dejó sobre el papel de algodón, sería , usando una imagen muy viva, como recibir un beso del jardín y en su saliva encontrar la iluminación, el satori.
La aproximación a la naturaleza en pintura es una cuestión de voluntad, de dentro hacia afuera, no es causalidad-efecto ni simple instinto. La imagen de mi jardín se construye a base de memoria y color, jardín es la forma de la mente, llevas el paisaje contigo y se orquesta en una triple estructura: intención, energía, emoción o con esta otra triple orquestación que me enseñaba Elsa Galle-Dehennin: sustantividad, soledad, independencia. Las sensaciones del paisaje destiladas por la emoción se convierten en algo así como una visión de exploración, en luz contrastada. Que hay una respuesta personal al paisaje, por supuesto, pero no copiamos: ante la visión del sol que se filtra a través de los pámpanos, esta objetividad destila del sentimiento visual de la naturaleza, la esencia de la caída de una hoja seca por el calor del sol hasta la verde transparencia de las hojas nuevas. Los elementos orgánicos configuran tu trabajo, el cerebro que lleva tu mano, los hace surgir y descender en la misma medida que esos ritmos naturales que estás observando sobre tu cabeza. No persigo la descripción directa aunque tenga en cuenta atmósfera y espacio. Ves la aparición del mundo material y te empapa. No espero que se vean árboles, fuentes o flores, ni la acequia, no intento hacer un objeto ni reproducirlo. Pero sí que de alguna manera se les sienta, decía antes que es una experiencia de dentro hacia afuera, como se padece el éxtasis, su naturaleza es siempre interior: es la mente del ojo que mira y te arrastra. Tampoco sería tan etérea que oculte la respiración y fuerza vital, el gesto, como les ocurría a los calígrafos de la época Tang, deben hacer sentir su fuerza, músculo, hueso y tendones junto con la fluidez que mana del espíritu interior. Tiziano calificaba sus obras como “poesías”; todos los pintores debemos tener en cuenta , no el mercado del arte, sino la gran historia y debemos ser capaces de aprovechar las energías latentes de todos los períodos de la pintura en el tiempo que anteceden al momento concreto en que pintas y liberarlas de cualquier posible peso histórico o servidumbre, así, línea, color, composición y gesto expresan tu energía personal, tu propio qi.
Te estoy hablando como pintor, desde la visión interpretada de mi imaginario y así la pincelada trasciende el absurdo conflicto entre dibujo y color, entre icono y campo de color. Llevo ya treinta y dos años pintando exclusivamente el jardín, siempre el jardín granadino, el jardín de montaña en Yegen, a pesar de que en algún momento haya pintado los de Aranjuez o los de la Villa de Tibur. Y como en una inmensa vidriera la geometría del color se desborda y el jardín es un caleidoscopio de colores, rosas, grises tocados de verdes, amarillos ocres y ese resplandor nacarado que hacía escribir a nuestro Federico, en una carta a Melchor Fernández Almagro, en el otoño de 1921: “hoy me doy cuenta en medio de este crepúsculo gris y nácar de que vivo en una Atlántida maravillosa”.
El jardín siempre nos colorea, miramos, pero sólo el ojo del corazón percibe la saturación del color y esta es la razón por la que venimos a un jardín: para ser coloreados que deja su huella en todo el ser. Esto lo afirmaba Ramón Pérez de Ayala al escribir sobre Santiago Rusiñol: “ al pintar el jardín se poetiza el medio y se ofrece un espacio para que el espíritu pueda deslizarse en silencio, como paseando”.
De aquí que en esta filosofía de la contemplación de un jardín, aparezca la pregunta crucial:¿quién soy?, ¿soy, quizás, lo que amo?, ¿me miran los ojos del Otro?, vestidos de hermosura, o cuando me mira, ¿soy el Otro?, podríamos recordar el Cántico Espiritual de Juan de la Cruz y aquellas estrofas escritas en la colina de los Mártires. El jardín es, además, lugar de reconstrucción interior, del interior del espíritu al exterior de nuestro hábitat. Ibn Zaydun acostumbraba colocar en el pavimento, apoyados sobre los azulejos, ramos de amapolas, mezcladas con el verde de la albahaca y el hinojo, atadas con cordones de seda. Podemos preguntarnos sobre la finalidad del jardín, ¿para qué nos sirve?, ¿soñar, olvidar la muerte, lo efímero de nuestro tiempo? O para pensar que somos mortales en la plenitud del momento efímero más bello?, vencemos la muerte con la pintura, palpamos sus flores, al respirar las olemos, nos embriagamos y, sin duda, seremos capaces de sentir la música de las hojas en la yema de los dedos.
Sabes que he dividido los temas en cada exposición, cipreses, pérgolas, acequias, aljibes, rosaledas, glicinas, setos de calas, los naranjos del Patio de Machuca o el rosal amarillo del Templo de Psiquis en la Fundación Rodríguez Acosta. Al mediodía desprenden color y olor, una sinestesia: el olor tiene color.
Las líneas subrayan la emoción que nos deja el paisaje. Respecto a la esencia vital de mis jardines, el elemento básico es el agua, no un agua ruidosa, como en cascada o en el estruendo de un surtidor, yo utilizo el agua como un espejo en extensión, como un lento hundimiento en ella, la delgada lámina del agua, reflejan su ligero murmullo invita al descanso rodeados de todos los sentidos. Las doctrinas taoístas no se cansaron de afirmar la correspondencia entre las aguas del mar y los arroyos, el mar es el corazón y a él confluyen todas las aguas sin llenarlo, todas las aguas salen de él sin vaciarlo, así escribía Chuang-Tse. Este es el motivo de mi obsesión por el jardín, he aquí por qué voy al mar del jardín.
Pedro Garciarias
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