Con este
verso de Valente: "la palmera del huerto ardió hasta el alba", dejo un par de
páginas para comentaros la exposición.
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Pedro Garciarias inspirado por el alba |
Como os dije en marzo, es la primera vez
que pinto este paso de la noche al alba, no era la oscuridad cerrada, sino
aquella otra descrita por el santo poeta de Castilla, Juan de la Cruz: "en
par de los levantes de la aurora". Ni es el alba de la poesía de Valente
con ese tinte de despedida, muy propio de las albadas: el cuerpo transparente
del amor no busca el alba... el cuerpo iluminado hacia el centro de tí y esa
maravilla de verso,"no amanece el cantor"; tampoco el de la
hermosa canción de Aute contra la pena de muerte: "quiero que no me
abandones, amor mío,al alba".
El alba, de
esta serie de pinturas, está más cerca de las "alboradas" que de las
albadas de los trovadores y están celebrando un nuevo comienzo, una fiesta de
bodas, canciones de amor al salir sol, todo un cancionero musical que celebra
la lozanía del amor. Cantan la alegría de los enamorados al llegar juntos
al amanecer.
Como los
campanilleros en las madrugadas o aquella canción de amigo: "venid a la
luz del día, venid a la luz del alba...al alba venid, buen amigo...", o el
Retablo de Arcángeles del poeta granadino Antonio Carvajal.
El color de
estos amaneceres queda lejos de esas despedidas en la oscuridad, antes de la
llegada del alba, para que no sean descubiertos los amantes. ¡Cómo no recordar
aquí a Margarita Ferrer Hurí que me regaló una copia manuscrita del canto de
los Upanisad sobre la aurora!
Desde hace
muchos veranos mi mejor momento era, y sigue siendo, levantarme muy temprano, y
todavía oscuro ir al encuentro de la salida del sol que desde la transversal
sur de Sierra Nevada iluminaba el paisaje hasta la Sierra de Gádor. Veía cómo
cambiaba la luz y la dirección del viento: la luz del alba pillaba a los
pájaros en pleno vuelo. Me iba al mirador del pueblo, "la asomaílla",
a unos 1.100 metros sobre el nivel del mar y unos treinta y tantos kilómetros
de la playa, bajando después hacia el Salto del Gitano. De todo este
paréntesis, entre ida y vuelta a casa, han surgido, durante más de treinta años
muchas pinturas y apuntes, de las que, ahora, se exhibe una selección de 38.
Dibujo y
color bien avenidos, aunque no partía de un código fijo de colores sino de
tonos generales: azules lavanda, malva, algún naranja, los verdes apagados del
final de verano, los álamos que empezaban a amarillear y una buena gama de
tierras. También el célebre "rayo verde", descrito por Julio Verne en
la novela del mismo nombre y que mucho más tarde recogerá Eric Rohmer para su
hermosa película donde los dos protagonistas lo están buscando. Este fenómeno,
no fue invento del novelista, existe en la realidad y puede ser visto. Solo hay
una condición, debido a la fugacidad del mismo: dos segundos y procure no
pestañear. Algunos señalan que puede conseguirse una fotografía. Cuentan que el
director francés tardó meses en conseguir una toma del resplandor verde que
debía poner punto final al film.
He sido fiel a lo que Eliot escribía en The Hollow Men." los
colores caen siempre sobre la idea, la realidad, el movimiento, el acto".
El color, evidentemente presente, era el elemento sensual y emotivo de cada
cuadro, se dirigía imparable hacia una equivalencia emocional y cromática, como
nos pasa en nuestra relación con el mundo.
La
materia, la pintura, solidificada en capas que dejaban ver el comienzo,
concedía al soporte, fuese papel o lienzo, la impresión de un movimiento
líquido desde el fondo como si el contorno de la montaña estuviese inundado por
una lava encendida de color.
El alma del
contorno, como decía, Nicolás de Stäel, debe afirmarse por sí misma. El
contorno de la Sierra de Gádor abraza el color y la pincelada, lejos de
cualquier alusión fotográfica ni interpretación, salvo la que produce en el
espectador. Son, ciertamente, paisajes sin argumento, su esencia es lo que me
interesa, todo lo que ocurrió en ellos, la biografía de aquellos que los
atravesaron, sus huellas, todo lo que en el transcurso de los años afectó a
estos paisajes está, sin duda, en la base, en el resultado pero siempre bajo la
fuerza de la emoción visual que corrige todas las formas.
Quiero
resaltar la importancia de la frontalidad de las pinturas, contrastada por un
lado con el vacío que produce el contorno, que es etéreo y sin argumento, y por
otro, sólido e imponente.
Desde Petrarca en su ascensión al Mont Ventoux; Cezanne y su visión del
Mont- Sainte-Victoire; hasta la Sierra de Gádor y el llamado Cerrajón de
Murtas, en mi caso, estoy seguro de que cada artista, sea pintor, poeta,
músico, tiene su montaña sagrada que les hace descubrir esa especial relación
entre el acto de ver y agradecer.
Recordad que
esta exposición está dedicada a la memoria del galerista granadino Francisco
Morales que, desde su espacio Laguada, impulsó el arte contemporáneo en
Granada.
Una llamada
de atención a los objetos poéticos en la vitrina: la cajita con el velero que
navegando en la acequía arroja las banderas y las velas, en su lugar
coloca el verso que lo impulsa ya que la poesía conduce y salva.
Objeto en deuda con Annibale Carraci que, en una de sus telas, "el paisaje
fluvial", actualmente en la National Gallery of Art/Washington, me sirvió
con su aparente espontaneidad, el paso de la barquichuela, los cambios
cromáticos y el cielo brumoso, el color, los elementos para construir la caja.
La otra
cajita, con las nieves de la Sierra y el trozo de cuarzo recortado.
Y una
tercera con la madreperla escondida en el Jardín de Yegen.
De los
Libros de artista expuestos, destaco el dibujo/collage con el Acertijo de
Octavio Paz dedicado por el poeta a Andrés Sánchez Robayna.
Pedro Garciarias