lunes, 13 de octubre de 2014

"Ardió hasta el Alba"

Con este verso de Valente: "la palmera del huerto ardió hasta el alba", dejo un par de páginas para comentaros la exposición. 
Pedro Garciarias inspirado por el alba
Como os dije en marzo, es la primera vez que pinto este paso de la noche al alba, no era la oscuridad cerrada, sino aquella otra descrita por el santo poeta de Castilla, Juan de la Cruz: "en par de los levantes de la aurora". Ni es el alba de la poesía de Valente con ese tinte de despedida, muy propio de las albadas: el cuerpo transparente del amor no busca el alba... el cuerpo iluminado hacia el centro de tí y esa maravilla de verso,"no amanece el cantor";  tampoco el de la hermosa canción de Aute contra la pena de muerte: "quiero que no me abandones, amor mío,al alba".
El alba, de esta serie de pinturas, está más cerca de las "alboradas" que de las albadas de los trovadores y están celebrando un nuevo comienzo, una fiesta de bodas, canciones de amor al salir sol, todo un cancionero musical que celebra la lozanía del amor. Cantan la alegría de los enamorados al  llegar juntos al amanecer.
Como los campanilleros en las madrugadas o aquella canción de amigo: "venid a la luz del día, venid a la luz del alba...al alba venid, buen amigo...", o el Retablo de Arcángeles del poeta granadino Antonio Carvajal.
El color de estos amaneceres queda lejos de esas despedidas en la oscuridad, antes de la llegada del alba, para que no sean descubiertos los amantes. ¡Cómo no recordar aquí a Margarita Ferrer Hurí que me regaló una copia manuscrita del canto de los Upanisad sobre la aurora!
Desde hace muchos veranos mi mejor momento era, y sigue siendo, levantarme muy temprano, y todavía oscuro ir al encuentro de la salida del sol que desde la transversal sur de Sierra Nevada iluminaba el paisaje hasta la Sierra de Gádor. Veía cómo cambiaba la luz y la dirección del viento: la luz del alba pillaba a los pájaros en pleno vuelo. Me iba al mirador del pueblo, "la asomaílla", a unos 1.100 metros sobre el nivel del mar y unos treinta y tantos kilómetros de la playa, bajando después hacia el Salto del Gitano. De todo este paréntesis, entre ida y vuelta a casa, han surgido, durante más de treinta años muchas pinturas y apuntes, de las que, ahora, se exhibe una selección de 38. 
Dibujo y color bien avenidos, aunque no partía de un código fijo de colores sino de tonos generales: azules lavanda, malva, algún naranja, los verdes apagados del final de verano, los álamos que empezaban a amarillear y una buena gama de tierras. También el célebre "rayo verde", descrito por Julio Verne en la novela del mismo nombre y que mucho más tarde recogerá Eric Rohmer para su hermosa película donde los dos protagonistas lo están buscando. Este fenómeno, no fue invento del novelista, existe en la realidad y puede ser visto. Solo hay una condición, debido a la fugacidad del mismo: dos segundos y procure no pestañear. Algunos señalan que puede conseguirse una fotografía. Cuentan que el director francés tardó meses en conseguir una toma del resplandor verde que debía poner punto final al film.
 He sido fiel a lo que Eliot escribía en The Hollow Men." los colores caen siempre sobre la idea, la realidad, el movimiento, el acto". El color, evidentemente presente, era el elemento sensual y emotivo de cada cuadro, se dirigía imparable hacia una equivalencia emocional y cromática, como nos pasa en nuestra relación con el mundo.
 La materia, la pintura, solidificada en capas que dejaban ver el comienzo, concedía al soporte, fuese papel o lienzo, la impresión de un movimiento líquido desde el fondo como si el contorno de la montaña estuviese inundado por una lava encendida de color.
El alma del contorno, como decía, Nicolás de Stäel, debe afirmarse por sí misma. El contorno de la Sierra de Gádor abraza el color y la pincelada, lejos de cualquier alusión fotográfica ni interpretación, salvo la que produce en el espectador. Son, ciertamente, paisajes sin argumento, su esencia es lo que me interesa, todo lo que ocurrió en ellos, la biografía de aquellos que los atravesaron, sus huellas, todo lo que en el transcurso de los años afectó a estos paisajes está, sin duda, en la base, en el resultado pero siempre bajo la fuerza de la emoción visual que corrige todas las formas.
Quiero resaltar la importancia de la frontalidad de las pinturas, contrastada por un lado con el vacío que produce el contorno, que es etéreo y sin argumento, y por otro, sólido e imponente.
 Desde Petrarca en su ascensión al Mont Ventoux; Cezanne y su visión del Mont- Sainte-Victoire; hasta la Sierra de Gádor y el llamado Cerrajón de Murtas, en mi caso, estoy seguro de que cada artista, sea pintor, poeta, músico, tiene su montaña sagrada que les hace descubrir esa especial relación entre el acto de ver y agradecer.
Recordad que esta exposición está dedicada a la memoria del galerista granadino Francisco Morales que, desde su espacio Laguada, impulsó el arte contemporáneo en Granada.

Una llamada de atención a los objetos poéticos en la vitrina: la cajita con el velero que navegando en la acequía arroja las banderas y las velas,  en su lugar coloca el verso que lo impulsa ya que la poesía conduce y salva.
Objeto en deuda con Annibale Carraci que, en una de sus telas, "el paisaje fluvial", actualmente en la National Gallery of Art/Washington, me sirvió con su aparente espontaneidad, el paso de la barquichuela, los cambios cromáticos y el cielo brumoso, el color, los elementos para construir la caja.
La otra cajita, con las nieves de la Sierra y el trozo de cuarzo recortado.
Y una tercera con la madreperla escondida en el Jardín de Yegen.
De los Libros de artista expuestos, destaco el dibujo/collage con el  Acertijo de Octavio Paz dedicado por el poeta a Andrés Sánchez Robayna.

Pedro Garciarias

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